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¿Y esta papa, quien la monda?

¿Y esta papa, quien la monda? Hacía ya mucho tiempo que no me escandalizaba con las tonterías que oía por ahí. Con tanto Estatut, tanta manifestación facha, con tantas cotidianidades, con tantas comidas de tarros…vamos, que no me encontraba con ánimo para escribir por aquí. La última chifarrada, la última gran mierda mantequillaza, que han despojado a mis sistemas auditivos de cerumen y telarañas, ha sido la “novedosa” profanación de los clásicos más clásicos de los clásicos. Son tan clásicos que ya ni se pagan por ellos los clásicos derechos de autor. Que listo son los señores de las industrias discográficas. Se han acordado de las carpas que ponen en los odiosos macro-festivales estivales, para que a la gente se le pase ese efecto tan chungo que le ha hecho la última pirula o el último kalimotxo a precio de oro que han consumido. Con su música relajante y su olor a humanidad, con sus punkis bailando ritmos lentorros y trascendentales, entre el concierto de Ocean Color Scene y el de Def con Dos. Esos es lo que se sacaron de la manga los avispados promotores de conciertos. Aparte de este concepto, la música, el chill  out, melodías para ir de tranqui, viendo atardecer en Ibiza, paladeando bebidas inteligentes e intentando bichear el ganao para la fiesta nocturna. Pues bien, como los productores de basura terrorista y discos para la Navidad están aburridos en sus aparatosos y modernos estudios, cogen y mezclan estos sones relajantes (disculpen que reitere tanto lo de relajante) con cualquier cosa que se le ponga a tiro, los canallas. Flamenco, barroco, ¡los Beatles!, y un largo etcétera. Lo último Verdi y Puccini relajantes. Nos es que sea yo tan amante de la ópera como la meretriz protagonista de Pretty Woman, pero es que se están pasando los garrulos estos. Las voces engoladas y exageradas de cantantes de tres al cuarto, unidas a unas catastróficas producciones tan empalagosas como una rosquilla de Homer Simpson (si, esa a la que le echa gominolas por encima). Relajará a su padre, ¡oigan! A mí me producen terribles ganas de aniquilar al planeta con una bomba de neutrinos. Yo voy comprando por el MAS, mal acostumbrado que me tienen a Lou Reed, los Beatles, incluso a Beck, y me encuentro con este desaguisado. Comprando papel higiénico me pilló el asunto (en serio, se lo juro por los plásticos más duros), como adivinando el destino que me tendría que cagar yo en alguien. Y ahí no queda todo, pues el rizo se puede rizar hasta formar una gran espiral de caca de la vaca. ¿Por qué no ir un poco más allá y mezclar varoniles voces líricas con música “moderna”? Dicho y hecho, como si de una boy band se tratase, pillas a cuatro cenutrios por los conservatorios de esos mundos de Dios, guapotes (¿?) y eso, y les dices que canten los éxitos pop más aberrantes de los últimos lustros. Resultado: “Il divo”, multiplicar por un gugolplex la zafiedad intrínseca de estas canciones alargándolas hasta el infinito. Algo aprendieron de sus maestros los Tres Tenores, que es pelearse por haber quien grita más y engola más la voz (estarán metidos en una tinaja). Y esos arreglillos que parecen regurgitados por un Luis Cobos (ese gran AUTOR español) de bajón de speed una mañana de domingo. Preguntaron una vez a servidor, amante de la música culta, desde el Renacimiento hasta el Clasicismo, de Josquin des Pres a Eric Satie, que si me gustaba la música clásica. Sí, respondí. ¿Entonces te gustará Kenny G.? me soltaron, así, a bocajarro. Hice un intento aturdido por las circunstancias de explicar que Kenny G. no hacía música clásica, sino que eyectaba desde su saxo soprano (por no decir de su ojo del culo) una cosa muy rara llamada Fussion, una adulteración del jazz más blandito destinado a jóvenes profesionales urbanos y americanos que se quieren relajar (otra vez el relax, que pesado soy) con una música “agradable”. ¿Por qué todo el mundo la toma con la música clásica que tan feliz me ha hecho y me hace? Ya sé que es música interpretada por cursis y repipis de conservatorio, por frikis de la vida que se quedaron en Debussy como el cúlmen de lo moderno, pero que demonios, Bach, Beethoven, Borodin, o quien se les ocurra tienen derecho desde sus tumbas a ver interpretar sus obras maestras sin adulterar por los mafiosos estos. Una cosa es coger a una rubia de bote y ponerle a berrear como en la verbena de un pueblo y otra muy distinta masacrar a nuestros queridos antecesores en esto de la música, aprovecharse de su fama y de lo famosos que son algunos de sus temas, para vender más en Navidades. Si son tan listos que cojan a Oliver Messian o a John Cage y lo adapten a lo “moderno”. Verán que batacazos se pegan los muy mongólicos.
He dicho.

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